El colapso sanitario
A mediados de mayo del 2020 Florencio, con una celiaquía previa, sufre un fallo hepático que lo traslada directamente al hospital. Verónica recuerda que fue justo después del confinamiento duro “Cuando ya se podía salir, pero había que estar en casa pronto”. Fueron casi tres meses de hospitalización que acabaron con una receta muy explícita y clara: trasplante de hígado. Ha pasado más de año y medio desde entonces y sigue en lista de espera. No tienen noticias. 
Durante este tiempo Florencio volvió a visitar el hospital. Sufrió dos infartos y una neumonía. “De la neumonía está casi curado, tiene un inhalador que tiene que usar con mucho cuidado porque puede provocarle arritmias”, indica Verónica.
La crisis del coronavirus puso en evidencia las carencias de nuestro sistema sanitario público, que tras años de recortes y privatizaciones se ha visto al borde del colapso durante la pandemia. A pesar de eso los recortes continúan. El día 31 de octubre caducarán 200 contratos covid que el SAS no tiene previsto renovar en Huelva, dejando cientos de vacantes sin cubrir que se traducirán en más carga de trabajo para los sanitarios onubenses y en listas de esperas más largas y una peor atención para los usuarios. 
La especulación de la vivienda
Según el último estudio disponible del INE, del año 2011, la ciudad de Huelva disponía de un total de 8.507 viviendas vacías. Actualmente, el precio medio del metro cuadrado en el mercado de alquiler es de 8,71 euros, por lo que una vivienda modesta, de 60 metros cuadrados, sale por unos 522 euros al mes, gastos aparte. Los precios se han encarecido en los últimos años y, aunque no han subido tan exponencialmente como en otras ciudades turísticas andaluzas, cada día es más complicado encontrar alquileres a precios adecuados según los ingresos de los onubenses.
Verónica y Florencio eran vecinos de la barriada de El Torrejón, uno de los distritos más castigados por el paro y el absentismo escolar de la ciudad de Huelva, un barrio abandonado por el Consistorio, al igual que el parque. Al salir del hospital descubrieron que su casa había sido ocupada durante su ausencia. De golpe se vieron en la calle. 
Hubo un momento en el que por desesperación entraron a una vivienda que estaba vacía. Verónica recuerda que era un bajo con luz pero sin agua y que “vivíamos llenando garrafas de agua en una fuente cercana”. Poco tiempo después de entrar en ese piso recibieron una carta en la que les instaban a marcharse. No saben quién avisó, no hacían ruido. Hablaron con un abogada que les dijo que tenían un mes de plazo para abandonar el piso: “El piso era de Bankia, cuando pasó el plazo entregué las llaves y nos fuimos. No queríamos problemas con la policía”. En ese piso dejaron una bicicleta, un equipo de música y un horno que compraron nuevo.
La ausencia de coberturas sociales
Al poco tiempo de verse en la calle, Verónica y Florencio acudieron al albergue municipal. Es un pequeño edificio en el centro de la ciudad con una capacidad de 12 plazas, aunque actualmente la ciudad de Huelva cuenta con una población de 143.837 habitantes censados. 
“Ha sido acogido por 7 días consecutivos”. Aunque no figura en el folleto informativo, la estancia en el albergue municipal está limitada a una semana al mes. Además, “tienes que estar a una hora concreta o te quedas sin cama”. Este modelo de acogida no plantea una situación de calle extendida en el tiempo, hecho que suele ocurrir la mayoría de las ocasiones.
Debido a su enfermedad, Florencio tiene asignada una pensión que no llega a los 400 euros mensuales por estar incapacitado para trabajar, o al menos para tener un trabajo regulado. Florencio no trabaja mientras está funcionando la zona O.R.A y “gana al día 3 o 4 euros y da para comprar lo que viste, unas patatas y algún refresco”. En el banco de alimentos dan latas de conserva, pasta, leche. “Pero no podemos cocinar nada”, cuenta Verónica, “no tenemos cámping gas y tampoco podemos hacer fuego porque nos multarían. Si queremos comer algo caliente tenemos que comprar unas pizzas”.

“¿Ves? A esta hora empieza a llegar la gente con las mascotas y dicen que estamos aquí de camping, todo el mundo nos mira raro, nos mira por encima del hombro, nos sentimos incómdos”.
La saturación del sistema judicial
Desde que empezó esta espiral llevan acumuladas 15 denuncias para intentar recuperar su casa, pero siguen sin tener respuesta. “Las cosas de palacio van despacio”, bromean. Pero no es el único caso pendiente que la justicia tiene con ellos. También les robaron los móviles mientras dormía. Rodeados por el ruido de los numerosos botellones que se hacen todos los fines de semana en el parque, no se percataron del robo hasta que Verónica notó que la cremallera de la tienda estaba abierta. El móvil de Florencio estaba conectado a una pulsera con un botón de emergencia, que al pulsarlo avisaba automáticamente al hospital si tenía algún otro fallo cardíaco o desmayo. De momento, siguen sin tener noticias por parte de la justicia. “Aquí aprendí a batear con piedras, ya no le tengo miedo a nada. Te pegas el sobresalto, pero ya no da miedo”.
La resiliencia
Al preguntarle a Verónica cuándo se conocieron, sonríe y se levanta enérgicamente. Muestra orgullosa una inscripción arañada en uno de los poyetes: “Te amo”. “Nos conocimos en el 99 en una discoteca, yo estudiaba peluquería. Tuve unos padres ejemplares y siempre me permitieron estudiar. Estudié hasta que mi madre cayó enferma y tuve que cuidarla”. Florencio se desvive por Verónica y viceversa, se cuidan mutuamente pase lo que pase. “¿Qué quieres? Que yo te lo doy”.
Aunque la tristeza se apodera de ellos al recordar que ahora pasarán más tiempo separados. Rafa, un cordobés que se siente muy malagueño, vive ahora con ellos, le acogieron en su tienda. Mientras Verónica está con Florencio, Rafa cuida de la tienda. Pero esta semana volverá a su tierra y tendrán que pasar la mayor parte del día solos. Verónica observa melancólica el juego de unos perros mientras espera que Florencio termine de trabajar. Al terminar vuelven a subir los 117 escalones que separan su tienda de la calle. De vuelta al parque, una noche más. 
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