La Mierla, 2019. El bar.
El bar de La Mierla no siempre fue el bar, en su fachada un enorme cartel asegura que fue una escuela fundada en 1931 lo cual hace pensar que ningún crío entra corriendo torpemente con su mochila a cuestas desde hace varios años.
CM- 1001 PK 25, 2019. El sino.
Puebla de Valles, 2019. Animales domésticos.
CM- 1001 PK 23, 2019. Animales salvajes.
Valdesotos, 2019. Calle Angosta
GU-189, 2019. Carreteras salvajes.
Puebla de Valles, 2019. Iglesia románica
Puebla de Valles, 2019. La casa de Antonio.
Puebla de Valles, 2019. Antonio el de las ovejas.
José Antonio, o como se le conoce en el pueblo “Antonio el de las ovejas” Es junto a su hermano el único pastor que queda en el pueblo y de los pocos que quedan en la zona. Son las 9 de la mañana y espero frente a su casa a que salga a trabajar para hablar con él. Quiero acompañarle en una jornada de trabajo.
A las 11 aparece por el bar y accede a que le acompañe, pero me advierte que no volverá al pueblo hasta la noche. Vamos andando hasta una nave que tiene en el pueblo, donde guarda a las ovejas recién nacidas y a sus madres, para tenerlas controladas durante los primeros días de lactancia. El día anterior nacieron tres. Tomo algunas fotos y Antonio me insta a bajar al pueblo a por algo para comer, compro dos bocadillos y una botella de agua grande. Desde la ventana del bar veo a Antonio llegar en su Ford ranger mientras me apuro el segundo café de la mañana con un pequeño churro que se me antoja imprescindible…
Ahora sí, empieza el día. Nos montamos en el coche, en los asientos traseros van sus ayudantes, tres de los cinco perros que un pastor puede tener como máximo por ley según me cuenta. “Es usted el primer pastor que conozco”. “¿Sí?” me pregunta mientras sonríe. “Ya quedamos pocos y no hay nadie que nos releve, este trabajo se está perdiendo”. El imparable Ford ranger empieza a escalar una pendiente llena de piedras de cierto tamaño mientras se zarandea y escupe algunas piedras que salen despedidas contra el propio chasis golpeándolo con fuerza. Ahora entiendo cuando miró mi coche y me dijo que tendría que acompañarle en el suyo. Llegamos al alto de un cerro donde nos espera una construcción de piedra custodiada por dos perros más.

Puebla de Valles, 2019. El coche de Antonio.
Allí duerme el rebaño y esta noche han nacido otros dos animales que nos acompañarán en elcajón de su pickup. “No puedo dejarlos aquí pero tampoco pueden estar con el resto del rebaño porque los pisarán”.
Antonio abre la puerta del corral y siguiendo sus órdenes los perros hacen salir a las ovejas en una danza milimétricamente calculada para que todas bajen la colina, formando una gran nube de polvo que hace que respirar llegue a ser difícil. Nosotros bajamos en coche y durante varias horas ese es el plan, guiar al rebaño a través del campo para que coman, aunque parecen tener preferencia por los sembrados de trigo. Los perros vigilan al rebaño mientras hablamos. “¿Te puedes creer que ahora la ley dice que tengo que llevar a los perros con bozal? ¿Para qué los quiero entonces? ¿Si algún animal salvaje ataca al rebaño que hago?” A mi me parece tan absurdo como a él. Nos custodiamos del sol bajo un olivo, mientras Antonio llama por teléfono para saber cuándo vendrán los esquiladores. Curiosamente él sí tiene cobertura y de hecho conoce las zonas donde puede usar el teléfono. Me pregunto cuánta gente tendrá una imagen equivocada de lo que es un pastor en el año 2019.
Antonio me ha demostrado que ser un pastor de un pueblo de una zona tan aislada y perdida no significa vivir con ningún tipo de atraso. Está claro que sabe en qué mundo vive y en poco más de un par de horas de conversación me demuestra que tiene más conocimientos acerca de cuestiones tecnológicas de lo que alguien de mi generación puede llegar a imaginar. Le pregunto que a qué edad se jubila un pastor. “Yo podría renovar cinco años más, pero este va a ser el último, ya estoy cansado”
Puebla de Valles, 2019. El pastor y su rebaño.
Puebla de Valles, 2019. Un extraño.
Puebla de Valles, 2019. La huida
Puebla de Valles, 2019. Oveja negra
Tortuero, 2019. Esteban.
A pesar de estar relativamente cerca de los demás pueblos, Tortuero está algo aislado. Hay dos caminos, el corto y el largo, yo tuve que hacer el largo porque el corto consistía en una vereda rocosa e intransitable para un vehículo turismo. Después de casi 40 minutos de camino por una carretera en buen estado pero con curvas dignas de algún circuito de pruebas en Alemania llego a Tortuero, y no puedo evitar parar antes de llegar para admirar el pueblo desde la altura de la carretera. Allí, como si pudiese adivinar mi llegada, Esteban aguardaba sentado en un banco a la sombra, ese día el sol no daba tregua. Le pregunto que tal está y qué tiene que contarme acerca de él y del pueblo. “¿Quieres hablar?” Entonces Esteban comienza a contarme su vida, y vaya vida. A sus 91 años podría decir con toda tranquilidad que ha esquivado a la muerte en varias ocasiones y que no teme a esta. A lo largo de su vida ha tenido un accidente mientras iba en la parte trasera de un camión, su seat 1500 salió ardiendo en pleno viaje y fue sepultado por la fachada de un edificio que se derrumbó en Madrid mientras él estaba dentro de su coche. Entre tanto accidente tuvo tiempo de salvar a una pareja de visitantes de morir ahogados en una riada. Su mujer falleció el año pasado a los 87 años debido a un cáncer. Es un pueblo donde se respira cierto aire melancólico, cuyos vetustos vecinos son conscientes de que son, casi con toda certeza, los últimos moradores del lugar.
Puebla de Valles, 2019. Dorota.
Dorota es ese tipo de personas que te hacen plantearte la de vueltas que da la vida y esa pregunta que nos hacemos todos cuando tenemos la oportunidad de charlar con un extranjero. ¿Por qué aqui? Hay mil sitios más en España donde yo me fijaría si viniese desde otro país y cuesta imaginarse cómo alguien que viene desde tan lejos llega a una región tan remota. Dorota aterrizó desde Polonia en el año 2001 para trabajar en un hotel de Valverde de los Arroyos, pero quizás no sospechaba entonces que allí conocería Paco, con el que compartiría dos cosas; A su hijo Cristian y el Bar - Centro Social de la Puebla de Valles. Dorota destaca de manera inmediata sobre el resto de los vecinos, al tener unos ojos azules como el propio cielo y un pelo tan rubio y brillante como los trigales que rodean al pueblo, y bueno, una cantidad ingente de llamativos tatuajes que te hacen preguntarte por qué aún no la ha retratado el mismísimo Alberto García Alix.
Retiendas, 2019. Marcelino
Paseando por las inmediaciones de retiendas encontré a Marcelino, o más bien él me encontró a mí. Por su ropa y su hacha intuyo que va a realizar alguna labor hortícola y no me equivoco. Le pregunto que si puedo acompañarle mientras trabaja y amablemente accede. “Voy a un huerto de mi hermana, yo sólo vengo los fines de semana y cuando puedo bajo al huerto”. Andamos pocos metros por una estrecha vereda y llegamos al lugar. “Apenas queda nada, está todo muy descuidado”. Yo le doy la razón porque es innegable que se puede apreciar la falta de mantenimiento del huerto y empezamos a hablar sobre temas de jardinería. Le digo que en ocasiones yo también trabajo en un pequeño huerto y le comento que sin un mantenimiento casi diario es muy posible que las plantas no duren mucho. Marcelino coge una azada y comienza a cortar malas hierbas como si de una máquina se tratase. “Ya me gustaría llegar a su edad con esa lozanía y fuerza”. Y él me responde con una sonrisa. “¿Y todo esto para que? Si al final en unos días volverá a estar igual”. Yo con mis pocos conocimientos de horticultura le doy la razón y comienzo a pensar en esa pregunta que Marcelino repite sin parar, y llego a la conclusión de que, quizás no pretenda arreglar el huerto sino que lo hace por puro amor. Amor a su forma de vida y amor por su comunidad. Marcelino es la resistencia.
Retiendas, 2019. Marcelino
Puebla de valles, 2019. La vieja perra de Antonio
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