En la mañana del jueves saltaban todas las alarmas al registrarse fuertes precipitaciones en varios municipios de la costa de Huelva, entre ellos el de Lepe, que en pocas horas vio completamente anegadas varias calles. Los vecinos del municipio solamente podían grabar con impotencia desde sus balcones cómo un descontrolado caudal de agua y lodo arrastraba coches, muebles y árboles calle abajo, e incluso hizo colapsar la tapia del antiguo campo de fútbol local.
La riada dividió el municipio en dos, inundando la carretera N-431 que separa la zona residencial del polígono industrial El Prado, tras el que hay varios asentamientos de chabolas. El conocido como “Campo de Fútbol” ha sido el más afectado, al encontrarse junto a uno de los canales de desagüe del pueblo.
“Ayer todo esto era un mar”, asegura Mustafá. En torno a las 9 de la mañana, el canal se desbordó y el agua llegó hasta la puerta de chabola, dejándolo atrapado junto a las otras nueve personas que habitaban el asentamiento en ese momento. “No podíamos salir. Si intentabas salir, la corriente te arrastraba hacia el campo”. Su chabola, una de las pocas que sigue en pie, ha quedado inhabitable. En su interior pueden observarse los colchones, empapados y cubiertos de lodo, lo ha perdido absolutamente todo. Según cuenta, operarios del Ayuntamiento visitaron el asentamiento y tomaron fotografías de los daños, pero de momento no han recibido ayuda. No obstante, desde el Consistorio lepero afirman que “se está ayudando a todos los vecinos por igual, indiferentemente de que sean de una de las calles o de un asentamiento”. Al preguntarle dónde pasaron la noche él y el resto de afectados, contesta que “en la calle o donde podían”.
El Polígono de El Prado es un trasiego de coches y camiones, de furgonetas, grúas y excavadoras que apilan en una montaña los restos de mobiliario que los vecinos de la localidad están sacando a la calle en las labores de limpieza.
En esta montaña está Ossman, que parece ajeno a la imponente excavadora que opera a pocos metros de él. Está recogiendo chatarra y buscando algún objeto de valor que se pueda recuperar. Uno de los vecinos que observa la escena expresa: “La tristeza de unos es la alegría de otros”; aunque en este caso, en lugar de alegría, debería hablar de supervivencia. Ossman vive en el albergue municipal que nunca se terminó de construir y donde ahora habitan algunos temporeros que residen en la localidad. Aún nervioso, muestra unos vídeos que él mismo grabó donde se puede ver el patio del albergue completamente anegado y las dependencias de la planta baja cubiertas de agua, con todos los enseres flotando. Tras una mañana de limpieza cuesta creer que el lugar sea el mismo que sale en los vídeos.

Otro asentamiento menos afectado fue el de “El Chorrillo”, que al encontrarse en una posición más elevada pudo esquivar por muy poco la riada. Cheikh [nombre ficticio] está limpiando unas deportivas en el patio de una construcción que ahora comparte con varios compañeros más: “Ayer todo esto estaba lleno de barro, pero lo hemos limpiado. Tenemos que seguir porque sabemos que nadie va a venir a ayudarnos”. Al fin y al cabo, ellos siempre han vivido al otro lado del río.
La situación en el pueblo también es desoladora. En varias calles, los vecinos amontonan los restos de lo que un día fueron sus muebles y recuerdos para que una brigada de voluntarios los lleve en camiones a la montaña donde espera Ossman, para intentar dar una nueva vida a lo que consiga rescatar. El agua ha llegado a superar el metro y medio de altura en algunas casas e inundado garajes hasta tal punto que, 24 horas después de la lluvia, los bomberos no los habían conseguido vaciar por completo.
Esta DANA tardará en borrarse de la memoria de los leperos, puesto que nunca podrán recuperar todos los recuerdos que la corriente se llevó. Tarde o temprano y con mucho esfuerzo recuperarán su vida, porque de alguna u otra forma algún seguro se hará responsable de reparar los daños económicos. Pero no hay seguros que cubran los daños en una chabola construida de forma irregular.
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