​​​​​​​En 1992, Marc Augé acuñó el término no-lugar para describir espacios transitorios, deslocalizados, contrarios a los antropológicos, que gozan de una historia o vitalidad bien definida. Son lugares sin identidad, constituidos bajo una premisa muy particular. 
La problemática surge cuando los no-lugares se convierten en la residencia habitual de personas. De forma paralela a los campos de refugiados, conceptualmente lugares de paso, surgen los asentamientos chabolistas en los que los temporeros hacen su vida en condiciones infrahumanas debido a su situación laboral irregular. Se extienden por el sur de Europa, no solo por ser el lugar de entrada al Viejo Continente, también son sus países los que acogen los campos de cultivo y explotaciones donde trabajarán los migrantes.
Dentro del Estado español, la mayor concentración de campamentos chabolistas se encuentra en Andalucía. Según Cáritas y APDHA, solo en la provincia de Huelva puede llegar a haber 2.000 personas viviendo en estas condiciones de forma permanente, repartidas en más de 30 campamentos, ubicados principalmente en los municipios de Lepe, Lucena del Puerto, Moguer y Mazagón. La cifra varía en función de la época del año, raramente inferior al millar, y multiplicándose exponencialmente durante la recogida de la fresa, cuando se reciben a más de 7.000 temporeras marroquíes.
Estos no-lugares comenzaron a establecerse a finales del siglo pasado con el auge de las migraciones desde el continente africano. Dos décadas después, la situación de sus habitantes no se ha regulado ni ha habido un esfuerzo por integrar a estos trabajadores en los pueblos en los que realizan sus labores, y de cuyas economías forman un pilar fundamental. Cuando ocurre un desastre en uno de ellos, nadie quiere tomar responsabilidades.
 Driss carga con dos garrafas de agua para su consumo diario. Lucena del Puerto Huelva. 2020
Las llamas que les convirtieron en nadie
La madrugada del 12 de julio, a eso de las 2:43, Mohammed estaba tumbado en la cama de su chabola. Incapaz de dormir, jugaba con el móvil mientras escuchaba música. Miró por la ventana y descubrió un cielo naranja, más propio de un atardecer. Salió corriendo de la infravivienda para encontrarse con llamas de varios metros que alcanzaban las copas de los árboles más altos. En cuestión de minutos, medio centenar de chabolas quedaron calcinadas en el asentamiento ubicado en la zona del camino de Santa Catalina, en Lucena del Puerto.
Compuesto por casi 300 chabolas en su momento más poblado, algunos de los números pintados de blanco en las fachadas han desaparecido. A la vasta extensión de escombros y cenizas generados por el incendio que interrumpe el paisaje de madera, cartón, chapa y toldo, hay que añadir los numerosos derribos perpetrados por el Ayuntamiento bajo el marco de su política de abandono de chabolas. Los operarios del Consistorio visitan el asentamiento cada cierto tiempo y comprueban que las viviendas están deshabitadas; si las ausencias son prolongadas, dan la orden de derruir el lugar. Esta actividad, denunciada en reiteradas ocasiones por la plataforma Solución Asentamientos, se ha visto intensificada en los últimos tiempos.
"Sistema de numeración" del Ayuntamiento pintado en una de las chabolas.
“Si no tienes papeles, no eres nadie. No existes”, denuncia Nazish, una de las afectadas por el incendio. Aunque no hubo que lamentar víctimas mortales, el fuego arrasó con documentación y enseres personales, cualquier signo de humanidad frente a las instituciones. Días después, algunos aún vuelven al lugar donde se erigían sus viviendas con la falsa esperanza de encontrar algo que poder rescatar. Para Idriss es inevitable. La suya fue la primera chabola en arder, y debe pasar por delante de donde estaba varias veces al día para recoger agua de un embalse a más de medio kilómetro de distancia. Es el punto de abastecimiento más cercano al asentamiento.
El empadronamiento
Algunos afectados conservaban fotografías de la documentación perdida en sus teléfonos móviles y pudieron interponer denuncias, convirtiéndose estas en los únicos registros de su existencia en España. La negativa del Ayuntamiento a empadronar a las personas del asentamiento ha complicado las labores de identificación. Siempre ha alegado a la irregularidad de las viviendas: su situación en monte público, falta de direcciones a las que poder enviar correspondencia y, de forma consecuente, el temor a un “efecto llamada” que incremente las dimensiones del campamento. El problema del empadronamiento afecta de forma grave a las personas migrantes, muchos de los cuales llevan varios años en España, dificultando el arrendamiento de viviendas en el municipio. Sin contrato, no hay papeles. Sin papeles, no hay alquiler. Sin alquiler, no hay empadronamiento. Todo se vuelve un círculo vicioso que lleva a la perpetuación de la irregular situación de estas personas, que viven en un anonimato aún mayor tras el incendio. 
Nazish en la entrada de la chabola donde ahora duerme.
Una cifra muy pequeña de los temporeros tiene acceso a viviendas reguladas. Abdul es uno de ellos. Llegó hace cinco años a España y ahora vive en una de las casas próximas al asentamiento. Su odisea para conseguir el denominado arraigo social, los papeles que regularían su situación tras tres años en el país, se veía agravada por el hecho de tener antecedentes penales en su país de origen. Con mucho esfuerzo y el asesoramiento legal de una abogada de la próxima localidad de Almonte, por fin ha conseguido establecerse. “Muchas veces tienes que pagar tu propio contrato. Te retienen el dinero para darte de alta con tu salario. Poder hacer las cosas bien cuesta mucho trabajo cuando solo se te ponen problemas por delante”, asegura Abdul. Consciente de las dificultades por las que están pasando sus compañeros, les facilita la red eléctrica de su vivienda para cargar los móviles.

Cocina de la chabola donde duerme Nazish. La ausencia de corriente eléctrica hace que los utensilios que usan combustibles como el butano sean imprescindibles, siendo este el origen de muchos incendios.
Driss y Hanane posan junto a una imagen de sus tres hijos.
Driss y Hanane
El caso de Driss y Hanane no es distinto, también están en la vivienda de una pareja ausente. Llevan varios años aquí, queriendo traer a sus hijos desde Marruecos, pero no han conseguido un contrato de trabajo que les permita asegurar su estancia. “Hasta que no estemos empadronados no podrán vivir con nosotros. Para que puedan ir a la escuela, debemos estar en el padrón municipal”, afirma Idriss. Cuando llegue septiembre y vuelvan los temporeros que han facilitado sus chabolas de forma desinteresada, el problema de abastecimiento de viviendas se verá agravado.

Driss dentro de la chabola en la que ahora es acogido junto a su mujer.
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